Papá Heikki

5 01 2022

Aparcó el coche delante del Art-ist-ic Bar en Raaniontie. Abrió la puerta y sintió el calor en la cara. El termómetro del coche marcaba 31 grados y en la radio llevaban todo la tarde anunciando que estaba siendo el día más caluroso de la historia de Rovaniemi. Sacó del maletero la bolsa de deporte, llena de ropa roja sucia, y entró en el bar. Estaba vacío. Dejó la bolsa en el suelo de madera y se sentó en un taburete, viejo y desgastado como el resto del recinto, que crujió bajo su peso. Miró a los lados sin ver a nadie, así que se inclinó sobre la barra y su inmensa barriga, y rebuscó al otro lado hasta encontrar una jarra de cerveza. Después, haciendo un movimiento lateral y con un gemido, aún sujetándose sobre su tripón, alcanzó el tirador de cerveza y llenó el recipiente hasta rebosar. Volvió a sentarse en el taburete y dejó un rastro de zumo de lúpulo de mala calidad sobre el mostrador. Se llevó la jarra a los labios y dio un trago largo, enorme, el sonido del deglutir como las tuberías de una casa en ruinas, hasta que vació del toda la bebida. Se relamió el bigote y volvió a repetir la operación de llenado. 

—¿Un día duro?—dijo una voz al fondo del bar, junto al baño. 

Heikki no se dio la vuelta, siguió bebiendo hasta terminarse la jarra. 

—Hola Anders. 

Escuchó los pasos crujir sobre el piso hasta que Anders se puso delante de él, al otro lado de la barra. 

—¿Qué te sirvo?

—Más de esta cerveza aguada —respondió entregándole el vaso vacío.

Anders sonrió entre dientes, fue hasta el tirador y la llenó con mimo profesional, en dos veces, mientras Heikki susurraba: la mejor jodida cerveza del círculo polar ártico.

—Entonces, un mal día. —Insistió Anders. Le acercó la jarra de nuevo, poniendo un posavasos debajo.

Heikki se encogió de hombros. Se llevó el líquido a la boca y parte se derramó por las comisuras y empapó su barba a ambos lados, alguna gota cayó al suelo. 

Pasaron un rato callados, escuchando las cañerías de Heikki que engullía líquido como un tractor artrítico. 

—Otra.

Anders regresó al tirador y repitió la cuidadosa operación de llenado.

—¿Vaya día de calor, eh?

—No iremos a charlar sobre el tiempo, ¿verdad? —gruñó Heikki.

Anders volvió a sonreír entre dientes. Unos dientes desgastados por el uso. Dejó la jarra delante de la mole de carne y fue hasta el otro lado del bar, cogió una silla plegable y la arrastro perezosamente hasta el punto de partida. La abrió y se sentó. Su amigo ya se había bebido tres cuartas partes.

—Me vas a contar qué te ha pasado, o se lo vas a explicar a la taza del inodoro dentro de una hora cuando tenga que cambiar el barril.

Silencio. Heikki carraspeó. 

—Hoy no ha entrado nadie en la cabaña. No sé ni para qué me molesto en ir. Todos los días ahí sentado, viendo pasar sombras y cuatro niños aburridos.

—Ya llegará el invierno.

—A la mierda el invierno. A la mierda todo. Voy a volver a la tundra mañana, con el rifle. No pienso dejar un jodido reno vivo. Igual hasta termino con algún guarda forestal. Les haría un favor, esos están más solos y más deprimidos que yo.

—Espera al invierno Heikki. Son muchos años y siempre te pasa lo mismo. Deberías apuntarlo en una libreta para acordarte.

—¿Te pago para que me des cerveza o consejos de psicólogo de saldo? —Heikki volvió a extender la jarra vacía.—. Y este maldito calor, me está matando. Voy al baño, tengo que hacer sitio.

Anders recogió el vaso, dejó ver una vez más su sonrisa a la vez que sacudía la cabeza y comenzaba el llenado parsimonioso. Cambió el posavasos. Volvió a sentarse en la silla plegable. 

Regresó la mole de carne. 

La banqueta crujió. 

Las cañerías resonaron. 

Después, el silencio. No había tráfico aquel día. Los hombres y los animales estaban todos a la sombra, esperando. 

—La echo de menos Anders. 

—Ya llegará el invierno, y le dará sentido a todo.

—La hecho de menos, joder. No es cierto que hoy no haya venido nadie, había muy poca gente en la aldea de Santa Claus hoy, y desde luego casi ni un niño, pero ha entrado una chica, probablemente por equivocación. Ha asomado la cabeza y se ha dado cuenta de que la he visto, así que creo que le he dado pena, y ha acabado pasando y diciéndome hola. No he podido responder nada. Era igual que Marja. Casi me caigo de la silla. Era ella.

—Sabes que eso no es posible.

—Los mismos ojos. La misma sonrisa. Casi me caigo de la silla. Cuando al final se ha ido, me he pasado el resto de la tarde llorando. Menos mal que no ha entrado nadie más, menuda imagen, un viejo borracho vestido de Papá Noel llorando como una magdalena.

Silencio. Anders se levantó de la silla despacio y salió de la barra hasta ponerse a la altura de Heikki. Apoyó la mano en su hombro, que estaba temblando. Heikki se giró y le abrazó como un oso alcohólico. Anders sonrío con sus dientes maltrechos. 

—Todos la echamos de menos.





Nuestras cruces

3 10 2021

—Tiene unas vistas preciosas desde esta ventana, Su Majestad. —Don Francisco de Borja se inclinó sobre su silla para observar los campos.

—Son tierras desoladas. Están vacías.

—¿Desoladas? —Don Francisco se puso en pie e hizo visera sobre sus ojos de manera bastante teatral. Ni un rayo de sol atravesaba las nubes de noviembre—. Yo lo veo todo verde y lleno de vida.

—¿Cuánta gente ha perdido?

Don Francisco regresó a su asiento frente a Doña Juana. Sintió que, bajo el tocado, sus ojos gigantes le apretaban el cráneo como las manos de una deidad aterrada. Apartó la mirada hacia el centro de la habitación. El suelo estaba cubierto de alfombras llenas de polvo, apiladas unas sobre otras, y varios juguetes rotos esparcidos entre ellas. La infanta estaba sentada junto al fuego, mirando las llamas, sin prestarles atención.

—No queda nadie en mi familia, Su Majestad. La última, mi prima Leonor, que falleció hace tres semanas por la peste —respondió él—, pero no por ello dejo de admirar y encontrar solaz en la naturaleza que el señor nos ha otorgado, en su infinita bondad y sabiduría…

—Que nos puede arrebatar en un suspiro, sin un titubeo, sin nada a lo que agarrarnos. —Doña Juana continuó erguida sobre su silla, las manos apoyadas en las rodillas, bajo un vestido lleno de lamparones—. Nos deja solos y se regodea.

—Los caminos del señor son…

—No me venga con oraciones vacías ni cantinelas. A él no le importa. —La cara de la reina enclaustrada se arrugó desde las sienes. Uno de sus ojos comenzó a fascicular—. Sí que existe un Dios, pero solo nos desea la ruina. Se alimenta de nuestro dolor, de darnos y sustraernos. Sin remedio. Noto el placer de los cielos cada vez que alguien que era querido muere. Lo siento aquí. —Juana se señalo el estómago con una uña ennegrecida—. Un vaso de agua es suficiente para romperte la vida. Qué Dios es ese, le pregunto. Y aún se sorprenden porque me niego a acudir a misa.

La infanta seguía mirando al centro de la chimenea. Un soplo de viento entró por la ventana y agitó el fuego. El vello de la nuca de la infanta se erizó, pero no hizo ademán siquiera de moverse. 

—Entiendo su aflicción, Doña Juana…

—Aún soy su reina. Si es que eso significa algo. 

—Disculpe, Su Majestad —respondió Don Francisco, y volvió a observarla. La presión en su cabeza regresó, pero se obligó a mantenerle la mirada—, comprendo su sufrimiento. Pero ya sabe que todo nuestro dolor en este valle de lágrimas tendrá su recompensa. Tiene que recuperar su devoción y su fe. Tengo entendido que cuando era una niña guardaba figuras de santos en su alcoba y rezaba casi cada hora.

—¿Me va a explicar el motivo de su visita?

Don Francisco se revolvió incómodo en la silla. El cuero hizo un sonido extraño al rozar su sotana. 

—Me envían para ayudarla. Necesita recobrar la esperanza y creer en el Altísimo. Mi misión es quedarme aquí hasta que lo logre. —Otro golpe de viento hizo moverse las cortinas llenas de manchas. La infanta se apoyó sobre un codo y recogió uno de los juguetes tirados junto a ella, un caballero de madera sobre una montura diminuta—. Me hospedaré en la casa de invitados, allí abajo, y la visitaré todos los días. ¡Leeremos las santas escrituras con amor y alegría!

—No parece usted mismo muy convencido. No puede amar a Dios si está tan perdido.

—¿Podríamos cerrar la ventana? No es aconsejable hablar en corriente, podría sobrevenirnos una muerte súbita como la de su marido. Ya sabe que el frío es el verdadero infierno.

Ella se giró hacia la ventana. Unas gotas comenzaron a golpear el alféizar. La infanta comenzó a desenroscar la cabeza del caballero de juguete. Solo se escuchaban el crepitar del fuego y el chirrido de la madera. Y el viento.  Juana se incorporó con un gesto de dolor y puso una mano sobre la manija de la contraventana. Don Francisco metió una mano bajo la sotana y agarró la cruz. Notó que una gota de sudor recorría su espalda, aunque estaba helado. Se puso de pie de un salto y se abalanzó sobre Juana. La agarró del cuello y la lanzó al suelo sin que opusiera resistencia. Apoyó el crucifijo sobre la frente y comenzó a gritar a todo pulmón.

—¡Belcebú, deja este cuerpo! ¡Ecce crucis signum, fugiant phantasmata cuncta!

Se quedaron un instante así congelados. Juana con un jesuita montado a horcajadas sobre ella, la cruz apretando su cabeza. La infanta separó la cabeza del caballero y la lanzó al fuego. Se giro despacio para observar la escena bajo la ventana. Las arrugas de la frente de Juana y sus ojos se aligeraron hasta desaparecer. El rictus de dolor eterno se tornó en sonrisa. Sus carcajadas invadieron la habitación. La infanta se santiguó al revés. 





Juntos somos

11 06 2017

1

Koy era un microbio. Pero un microbio con pies y manos, un microbio muy mono y también bastante listo. Lo que más le gustaba hacer era volar en su avión de papel y ver el mundo desde las alturas. Dejarse llevar por el viento y observar a la gente en el suelo con su tamaño de hormigas y, si conseguía volar los suficientemente alto, de microbios. Le hacía sentirse menos pequeño e insignificante.

2

Kay era una mariposa. Siempre llevaba los cascos puestos cuando volaba entre las flores, escuchando Songs: Ohia, porque era una mariposa melancólica y un poco hipster. Le gustaba subir lo más alto posible y ver las copas de los árboles, que le recordaban a los momentos en que jugaba con su madre de pequeña.

3

Ander era una mota de polvo.

Aquella tarde Ander se sentía juguetón,  volando junto con millones de compañeros grises y marrones, pero aburridos, por encima de la carretera dirección a Haro. Decidió alejarse del rebaño y mecerse hacia el bosque. Un golpe de viento lo empujó hacia arriba y sin darse cuenta se metió en el ojo de Kay, que pasaba por allí. Ambos lucharon por separarse y Kay trató de utilizar sus alas para sacarse a un asustado Ander de su ojo de mariposa. Koy volaba a bastante velocidad, pensando en que mañana era lunes y volvía a la fábrica de microchips para microbios, con la cabeza en otra parte sin darse cuenta de que Kay se interponía en su trayectoria hasta que con un pof sordo y absurdo ambos chocaron, haciendo salir a Ander en trayectoria parabólica ascendente en dirección a la nube de polvo de la carretera, que lo echaba de menos. Koy y Kay cayeron abrazados con el avión de papel arrugado envolviéndolos. Tenían miedo pero, a la vez, se miraron a los ojos y encontraron el calor que les faltaba en la vida, y sonrieron a la vez.





Lirios

10 06 2017

Media hora hasta que se ponga el sol. No parece haber movimiento dentro de la cabaña. Se ha levantado una ligera brisa, muy seca, que levanta el polvo del desierto. Lo noto en mi nariz, empieza a picarme. No es buena señal. Continúo con la vista fijada en la mira telescópica: observo el polvo que crea pequeños remolinos junto a la pared de adobe de la casucha, todo del mismo color parduzco, casi indistinguible: la arena, el polvo, el adobe, la tierra, los ladrillos, el desierto, la cara de las personas. Me quedan tres días hasta el último permiso, las pastillas se me han terminado hace ya un par de semanas y empiezo a sentir las consecuencias. Noto las gotas de sudor recorrer la parte cóncava de mi espalda y sé que son transpiración de miedo, no de calor. No de temer que un enemigo me descubra y me descerraje un tiro en la cabeza, sino de que se me pare el corazón. Lo noto palpitando contra el suelo terroso de esta colina sobre la que estoy tumbado, perfectamente oculto salvo para alguien que se acercara a unos pocos metros. El corazón bombeando y haciendo correr la sangre contra la resistencia que genera el peso de mi cuerpo sobre la piedra desgastada. Rítmicamente. Y lo escucho con atención, una atención que debería estar puesta en la puerta de la cabaña, pero sin embargo solo tiene oídos para medir las pulsaciones, comprobar que están bien espaciadas, que me mantienen vivo, que alimentan el resto de mi cuerpo frágil. Se puede deshacer en cualquier momento, del mismo modo que he visto muchos otros desmoronarse como un muñeco hecho de vísceras delante de mis ojos, o del mismo que vi a mi padre desgastarse poco a poco. Noto picor en la garganta, y la nariz empieza a ser un problema: necesito estornudar, pero aquí está todo en absoluto silencio excepto por el viento marrón. Se me han quedado las piernas dormidas. Me pregunto si mi corazón ya no bombea como debería y visualizo pequeños coágulos viscosos quedándose pegados en las paredes de mis arterias. Me gustaría moverme y desentumecerme después de horas en esta misma postura, pero podría comprometer mi ubicación. Intento concentrarme en la mira, en los muros de la cabaña, en las ventanas polvorientas, el tejado maltrecho. Me cuesta creer que alguien pueda vivir ahí, menos aún alguien al que queramos eliminar. Aunque bien pensado, si no han podido ni mandar un miserable dron, no debe ser una persona de importancia. De hecho, sigo tirando del hilo, si no tiene relevancia, para que arriesgarse a mandar un francotirador prácticamente solo. ¿Hace cuánto que no tenía este tipo de misiones? Ya ni me acuerdo. ¿Entonces qué sentido tiene? No se estarán intentando librar de mí. Dios mío, seguro que alguien ha leído mi historial psicológico y ha preparado esta misión para que me liquiden. Seguro que es una emboscada. El corazón late más rápido, lo noto en la garganta, puedo sentir que arrastra la arena bajo mi pecho y va formando pequeñas cuencas por donde pasan mis venas. No te pares ahora, tengo que seguir pensando. No es posible que hayan urdido una trama para que me maten, si tuvieran acceso a mis registros simplemente buscarían una manera simple de dejarme en casa, pero lo cierto es que la burocracia y todo el rollo de los derechos civiles sería un engorro para ellos. No, no tiene sentido, tendrían que justificar muchas cosas si me matan. Estate tranquilo. Concéntrate en la mirilla, en el gatillo, en el tacto metálico, en el pulso percutiendo contra ese gatillo, en su ritmo acompasado, no te pares, sigue latiendo. Si me concentro en él no dejara de latir. Me sigue picando la nariz, cada vez más, aunque casi se me había olvidado con todo esto. Ya no se en que concentrarme. Las gotas de sudor dejan pequeños cráteres en la tierra parduzca con un sonido sordo que quiero confundir con los latidos. Me pregunto por qué sigo aquí, sin moverme, podría irme e informar de que no había nadie en la cabaña, pero los he visto entrar. Quizás los tengan controlados por satélite. Quizás me tengan controlado a mí por satélite. De hecho, a quien quiero engañar, seguro que me tiene controlado por satélite y posiblemente hasta sepan lo que estoy pensando, pero no pueden mandarme a casa a no ser que la cague y me largue antes de tiempo, o me peguen un tiro en la cabeza. Sería un cambio, todo ese rojo cubriendo esta asquerosa superficie parduzca. Lo he visto antes. Dios mío que picor. Preferiría que me electrocutasen. Si estornudo seguro que me matan, quizás sería lo más sabio, acabar con tanto sufrimiento. El sol ya está a punto de ocultarse. Una última mirada a la puerta y, un momento, se está abriendo. Tomo aire y aguanto la respiración como tantas otras veces. El pulso en la garganta y en el gatillo. La cruz pegada al marco de la puerta, a media altura, esperando. No se oye nada. Solamente el viento marrón y los tambores en mis sienes. Veo un instante una sombra aparecer y mi dedo no puede contenerse. Una orquídea roja se estampa contra los tablones de la puerta, como tantas otras veces. El rojo que cambia el color del desierto. Y sin quedarme a mirar si he liquidado a la persona adecuada guardo el rifle y salgo de allí arrastrándome, como un lagarto de sangre caliente y el corazón débil. No te pares.





La biblioteca roja

23 04 2017

No se me pasa este dolor de cabeza desde hace días. Debe de ser el cambio de tiempo, o que hizo las maletas mientras estaba trabajando en la biblioteca y se marchó en silencio, sin tan siquiera dar un portazo. Pero prefiero pensar que es por el cambio de tiempo, no es permanente. Aun así, tengo que escribir, por mucho dolor que tenga alrededor. Cuando llueve fuera necesito ponerme a escribir. El sonido de las gotas contra el tejado metálico, el golpear arrítmico sobre los cristales de las ventanas, la humedad que invade la biblioteca; todo eso me empuja a sentarme en el escritorio y empezar a delinear palabras en hojas de papel. Es una urgencia física; me siento invadido por la necesidad de sacar la tinta encerrada en mi cuerpo, conectarme al bolígrafo como si fuera una extensión de mis dedos, y expulsar el amargor de la lluvia hecha de yerba de mate.

Hoy llueve fuerte. Estoy sentado en el medio de la biblioteca y puedo escuchar los libros enmohecerse. Sus palabras resbalando y disolviéndose en mi sangre. Me inclino sobre el papel, noto su humedad en el costado de la mano, el crujir de los arboles muertos, empapados de lluvia de tormento, del amazonas; su llanto amargo escurriéndose entre los rodillos de la papelera; y empiezo a escribir. Hoy no sé lo que estoy contando, solo me siento febril, las venas de las sienes palpitando: me veo en medio de la biblioteca del Hotel Overlook antes de que llegue la nieve; me veo en la biblioteca de un castillo con el suelo de losas de piedra cubierto de pieles de oso en proceso de pudrirse; me veo en la biblioteca de Alejandría, pero no sé cómo es posible si nunca he sabido como se ve la biblioteca de Alejandría. Sigo escribiendo frenéticamente, sin saber lo que significa nada de lo que digo, solamente puedo ver las líneas saliendo de la punta del bolígrafo, de la punta de mis dedos: líneas negras, cada vez más gruesas. Noto que voy siendo absorbido por ellas.

Las líneas siguen haciéndose más y más anchas ante mis ojos y comienzan a mostrar otra estructura interior: están formadas a su vez por otras líneas, entrelazadas, dibujando espirales. Chorros de frases entrecruzándose y contando otras historias. Helicoides de ficción que continúan casi hasta el infinito, contando la vida de un delfín del Amazonas, desde sus nacimiento hasta su muerte; sus células desintegrándose e integrándose con la selva, con la lluvia, cayendo sobre mi cabeza, entrando por mis oídos, invadiendo mi cerebro. Las líneas forman cromosomas, tejen piel, conforman una cola. Soy yo.

Me despierto con la cara apoyada sobre los folios. La tinta se ha quedado adherida a la piel. Me despego con cuidado del taco de hojas y voy al baño. Miro por la ventana y veo el sol de la mañana resplandeciendo, cegador, pero no duele como suele ser habitual. Se me ha pasado la jaqueca. Me miro en el espejo y leo las frases que se han impreso en mi cara. Es un idioma que no conozco pero me reconforta, y por alguna razón soy capaz de entender. Es su nota de despedida.





La noche de los accesorios vivientes

4 07 2016

(1 de Julio de 2017)

Todo empezó con una pequeña noticia en la versión impresa del Global Times, publicada el 15 de Junio de este año: “Ex político argentino lanza bolsos por valor de 8.7 M$ sobre la tapia de un convento”. Más tarde, buscando la noticia por internet, pude comprobar que el calado de la misma era bastante más grande en Argentina y, en general, en América latina, que lo que esa pequeña reseña hacía ver, ya que consistía en unas pocas líneas no muy bien redactadas. Tanto que, en un primer momento, creí, al igual que los millones de chinos que pudieron haberla leído, que aquel político estaba lanzando hacia el interior del convento bolsos de marcas de lujo por valor de casi 9 millones de dólares, cuando en realidad se trataba de simples bolsas repletas de fajos de billetes termo-sellados. Pueden leer más detalles de este asunto tan extraño aquí, por ejemplo. Posteriormente la noticia fue corregida en la versión de internet del Global Times y sustituida por el breve comunicado oficial de Reuters. En cualquier caso, durante los días siguientes los comentarios de mis compañeros de trabajo chinos no versaron sobre las posibles tramas de corrupción, o lo extravagante de todo el asunto, sino sobre el hecho de que alguien pudiera hacer algo así con esos bolsos tan caros. Pese a haberse tratado de una reseña escondida en las páginas interiores de aquel periódico, y probablemente de otros escritos en mandarín (que imagino tradujeron al chino la ya de por sí defectuosa traducción inglesa del Global Times), muchos de mis conocidos en la oficina de Beijing parecían haberla leído, probablemente por el boca-oreja, y siempre la sacaban a colación durante la hora de la comida en la cantina. Yo intentaba explicarles lo que había pasado en realidad, pero si ya tenía dificultades para explicarles los detalles técnicos más básicos en nuestro único idioma común (las matemáticas y la física), cualquier evento fuera del ámbito laboral era aún peor. Así que al final simplemente nos poníamos de acuerdo en que aquel hombre estaba loco y seguíamos engullendo el almuerzo en silencio, ribeteado por el sonido de masticación y sorbeteo de fideos al que me había acostumbrado tras años de prácticas para llegar al estado zen en el que, ni la visión de bolos alimenticios de arroz entre dientes renegridos, ni los empujones en el metro  —los establos del siglo XXI—, podían alterar mi buen humor. Supuse que el hecho de estar trabajando para Naranjita Goose hacía que algo relacionado con bolsos hubiera tenido tanto calado entre mis colegas, así que no le di mayor importancia.

El caso es que la noticia quedó sepultada poco tiempo después, concretamente el 26 de Junio, por otra proveniente de mi propio país. No se trataba del resultado de las elecciones (elecciones 2, ahora con más Mariano), cuyo resultado le es indiferente a cualquier habitante de Beijing incluso si tiene a su hermano trabajando en el Dragón de Oro de Alameda Urquijo (cosa harto improbable: diría que no hay prácticamente emigrantes pekineses en España, aún menos de esta generación), sino de un pequeño incidente que en la piel de Torrente pasó relativamente desapercibido dada la vorágine informativa de los comicios: hacía ya meses que no se sabía nada de Rita Barberá, aparentemente recluida en su hogar, pero ese domingo las cámara del móvil de algún paseante absentista la había captado conduciendo su todoterreno Dolores y llegando al aparcamiento del quinto nivel del infierno de Dante, La Ciudad de las Artes y Las Ciencias, para después sortear las barreras con ese mismo vehículo y situarlo frente al Palau de las Arts Reina Cersei y comenzar a sacar ristras de bolsos del rebosante maletero. Una ingente cantidad de complementos de su colección personal, todos de las más prestigiosas marcas: Wreck it Ralf Laurel, Pucci (el real, no la imitación china, que se podía encontrar en el Yashou Market the Sanlitun, antes de que la gentrificación gubernamental lo lapidara, por 30 yuanes), Herpes, Diop y un largo etcétera, que procedió a lanzar, bolso a bolso, por encima de uno de los muros laterales del edificio o, alternativamente, a una de las lagunas del recinto. Nadie, incluido el intrépido reportero amateur que grabó toda la escena (que hubiese querido ser enviado especial en Irak y era fan de Pérez Reverte, pero trabajaba en un Metadona), se atrevió a abordar a Doña Rita, ni tan siquiera para preguntar qué estaba ocurriendo, probablemente pensando que se trataba de algún tipo de parodia reivindicativa a cargo de una compañía de teatro amateur afiliada a Unidos Pokemon. Hasta que, una vez se hubieron agotado todos los bolsos, la antigua alcaldesa rompió a llorar como una histérica, se arrancó la ropa y comenzó a correr en círculos para luego lanzarse a la laguna e intentar nadar a braza hasta prácticamente ahogarse, momento en que llegó la policía. Pocas horas después se confirmaron los rumores que habían circulado unas semanas antes sobre un posible avance de la demencia senil en Doña Rita, lo que fue corroborado por sus familiares. Pueden encontrar algo más de información aquí. La CCTV se hizo eco de las imágenes, sin incidir en los aspectos políticos relativos a la corrupción, o los paralelismos con el caso de José López, únicamente resaltando el nuevo ataque anti-bolsil por parte de un político hispano-hablante. El tema se volvió  trending topic de manera inmediata en Weibo, en QQ, con las aprobación (e incluso un artículo de opinión en el People´s Daily sobre los peligros de la demencia en el sistema democrático occidental) y beneplácito del Partido del Pueblo; miles de fotos colgadas en WeChat de chicas poniendo ojitos mientras besaban apasionadamente sus bolsos Canal.  Algún jocoso internauta chino creó la falsa campaña “Salvad los bolsos guays de la mano de los políticos”.

Al cabo de unos pocos días , Ai WeiWei, que hacía tiempo que no estaba activo en los medios chinos, anunció por sorpresa cuál sería su nueva obra artística en el reino: Varias catapultas, reproducción exacta de las utilizadas en la dinastía Yuan, que sería instaladas en el patio de su casa en los hutones de Beijing, y con las que lanzaría durante la madrugada del 1 de Julio un millar exacto de bolsos de la marca Luis Mutton dirigidos hacia el interior de la Ciudad Prohibida. En ese mismo momento una nueva oleada de mensajes inundó la redes. Miles de personas se plantaron frente a la casa del artista, que se encontraba cerrada a cal y canto. Para cuando se hizo de noche toda aquella gente, que por lo que he podido entender solicitaba la liberación de los bolsos (mi limitado mandarín no me permite comprender los noticiarios locales con claridad, y no he sido capaz de contactar con ninguno de mis compañeros de trabajo desde que llegué a conocer el anuncio. Las líneas parecen estar saturadas y el VPN no funciona), se desplazó, junto con otros muchos, hacia la plaza frente las puertas del antiguo palacio imperial, actual pináculo de turismo de masas, del pasen y vean, de la reproducción de la reproducción de la reproducción y la historia aburrida, inocua e inofensiva para el régimen. La noche ha sido especialmente cerrada, con el cielo cubierto y el aire cercano a un AQI de 300. Por alguna razón el alumbrado de Chang’An no ha sido encendido esta madrugada y hasta que no ha amanecido no ha sido posible vislumbrar la magnitud de la muchedumbre agolpada frente a las puertas de la Ciudad Prohibida. Cuando he visto la marea ocupando casi totalmente Tian An Men no podía dar crédito del todo y he llegado a pensar si todo estaría, como parte de la misma instalación, orquestado por el propio WeiWei, pero es imposible que haya organizado semejante manifestación por sí solo. Aunque me es difícil, si no imposible,  comprender los comentarios de los reporteros, he podido observar por la televisión como muchos de los allí congregados cargaban contra las puertas del palacio, mientras otros esperaban pacientemente a la hora normal de apertura del recinto, con cara de estar en la cola de una Manzanita Store. Todos o casi todos con algún bolso en la mano, por alguna razón que me es totalmente ajena. Con todo, una vez los mas enfervorecidos entre la masa han comenzado a mellar las mencionadas puertas, aparentemente la policía ha intentado entrar en acción, aunque han sido repelidos. Algún informativo estaba haciendo entrevistas a pie de calle, con gente explicando , croquis en mano, cual era la trayectoria esperada para un bolso tipo y dónde esperaban que hubiesen aterrizado y cuál era su táctica para hacerse con ellos, cuando la cámara ha girado y ha mostrado, al fondo de la avenida que lleva de QianMen al mausoleo de Mao, a una fila de tanques avanzando lentamente. Cuando la marabunta se ha dado cuenta, por lo que he podido intuir, el silencio se ha adueñado de la plaza y han comenzado a abrir paso los carros del ejército. Al cabo de unos minutos que se han hechos eternos, el primer tanque en la fila ha llegado hasta el puente que comunica con la entrada al Palacio. A través de las cámaras del helicóptero que sobrevolaba la zona se ha podido ver como la portezuela de la torreta se ha abierto lentamente y un soldado ha emergido lentamente por ella y ha observado detenidamente alrededor. De repente ha levantado algo en alto y la cámara ha intentado hacer zoom hasta que se ha podido entrever que se trataba de un bolso (diría que de Yves San Lobezno), momento en que el resto de la jauría de la plaza ha alzado sus propios bolsos y prorrumpido en un grito ensordecedor que he podido escuchar desde mi casa.  Imagino que el maldito helicóptero estará en estos momentos intentando aterrizar en la Ciudad Prohibida, pero tengo que llegar antes que ellos. Mientras recorro las avenidas vacías de Pekín y las partículas de PM 2.5 golpean mi cara (el olor del napalm por la mañana), acelerando al máximo posible mi moto eléctrica, ya estoy pensando en la dulce, dulce textura del bolso que conseguiré en cuanto salte la tapia.





En la memoria de un móvil

3 06 2016

[Tiene … dieciséis …mensajes nuevos]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … tres horas y 15 minutos]

Hola, hijos míos. Sé que os resultará un tanto sorprendente que os haya dejado un mensaje de voz en el contestador ¡Quién deja mensajes de voz estos días! Podría ser peor, podría haberos escrito una carta. Y sé que también os sorprenderá que os llame hijos míos, pero he decidido ser más consecuente con mi paternidad, después de todos estos años, cuando ya casi podría ser abuelo. Os quiero dejar algo, y lo único que sé hacer, cómo bien sabéis, es contar historias. Ni siquiera creo que sean buenas historias, ni que merezcan ser escuchadas o recordadas. Haced con ellas lo que queráis. Borradlas. Transcribidlas. Olvidadlas. Escupidlas. Hasta que suene la señal de

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … tres horas y 24 minutos]

Ajedrez. Una mujer desnuda en la casilla central. Era la reina. Un alfil pasó a su lado. Su sonrisa se convirtió en una mueca, sus dientes en sables, su corona en alambre de espino; su cabeza se agrandó hasta cubrir el diámetro de la luna. Miró un instante al alfil aterrado, que no podía salir de su casilla, justo antes de devorarlo. Se relamió y paulatinamente su cabeza fue volviendo a su tamaño normal, la corona brillando otra vez, y sonrió al público, que rompió a aplaudir mientras caía el telón. A la salida todos comentaban lo maravilloso de la obra, pero ninguno tenía ni idea de cómo jugar al ajedrez.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cuatro horas y 13 minutos]

Un violín. El fondo de un vaso de vodka, todavía con los restos resecos de alcohol en el cristal, le devolvía la mirada. Tenía náuseas pero no podía quedarse en casa. Buscó en el armario de la cocina y mezclo aspirina efervescente con zumo de zanahoria y hojas de mate machacadas. Metió el instrumento en la funda y salió corriendo de casa. Llegó sofocado al restaurante italiano. El jefe le hizo señas para que subiera al escenario inmediatamente. De un salto se puso frente al micrófono y abrió la funda, pero al mirar dentro no encontró el violín sino una Remington con culata de madera. La sacó y la observó extrañado; miró a los comensales que lo escrutaban, a su vez, con la boca abierta llena de espagueti boloñesa y un machete en cada mano.

Se despertó mirando el vaso de vodka. Se visitó rápidamente y salió corriendo hacia la oficina. Tenía unas ganas terribles de comer italiano. La persona.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cuatro horas y 24 minutos]

Hola, hijos míos. Imagino que seguiréis extrañados con estos mensajes, a no ser que los hayáis borrado ya, en cuyo caso las historias se perderán en un mar de ceros y unos, mezcladas con todas las conversaciones no grabadas, las luchas infructuosas con atención al cliente, la música corporativa eterna de las llamadas en espera, las declaraciones de amor, las peleas por la custodia de los niños, los silencios, que imagino que serán una cadena muy larga de ceros. Pero en cualquier caso aquí voy a seguir, hasta que llegue la mañana y luz empiece a filtrarse por entre las rendijas de la persiana. Ojalá pudiera escucharos despertar y correr por la casa como hace años.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cuatro horas y 44 minutos]

Lluvia. Una biblioteca con las estantería vacías. Todos los libros están en cajas de cartón, algunas aún abiertas, otras bien selladas con el contenido escrito en letras mayúsculas con rotulador indeleble. En el medio de la sala yace un hombre boca abajo, el rotulador aun en su mano. No hay signos de violencia. Quizás esté durmiendo, aunque es una postura muy extraña para estar echando una cabezada. Definitivamente no está bien. Hay un charco de agua debajo, ahora que me fijo. Una de las cajas parece haber estallado desde dentro. La etiqueta dice “delfines”. La escalera portátil para acceder a las estanterías de la parte alta está rota por la mitad, astillada; la parte central caída sobre el linóleo. Ahora que lo pienso eso son signos de violencia. Soy un observador terrorífico, y un narrador todavía peor. ¿Qué hago contando ésto? ¿Cómo creéis que ha muerto el tipo asqueroso del medio? Yo apuesto por delfines asesinos.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cinco horas y 2 minutos]

Hola, hijos míos. Me ha quedado un cuento un tanto extraño. No sé siquiera si se le puede llamar cuento ¿Vosotros cómo creéis que ha muerto el señor de la biblioteca? Yo también creo que son los delfines, son unos animales perversos. Aunque debería saber con certeza cómo ha ocurrido, al fin y al cabo lo he escrito yo. Puede que esté jugando con vuestra cabeza. Os habréis dado cuenta que se parece bastante a la biblioteca de nuestra antigua casa. Bueno, en realidad no creo que os hayáis dado cuenta, la descripción es muy somera, probablemente la imagen está en mi cabeza.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cinco horas y 5 minutos]

Hola, hijos míos. Otra vez. Estaba dándole vueltas al mensaje anterior y creo que me ha quedado un tanto extraño, casi más que el cuento que le precedía. Olvidadlo. Excepto los delfines. Cuidaos de los delfines. Pasemos a la siguiente historia.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cinco horas y 12 minutos]

Un piano. El mar rugía, lleno de delfines asesinos. No espera, creo que me estoy pasando con los delfines.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cinco horas y 13 minutos]

Un piano. El mar estaba en calma y las olas rompían suavemente en la playa. La mujer, con el pelo recogido en un moño, tocaba delicadamente una melodía desconocida. Era Holly Hunter, pero, a su vez, tenía tu propia cara. La cara de una mujer amargada y vengativa. Estaba sola en la isla, sin cámaras ni tráileres ni sillas plegables ni mesas con catering recalentado ni claquetas. Todos se habían marchado para la postproducción. Quizás estuvieran ya en el estreno, y todos se preguntarían donde demonios se había metido Holly Hunter, sin saber que seguía allí, olvidada por el mundo porque nadie le había pedido que los acompañara, y ella no iba a ningún sitio sin que se lo pidieran. Así que se había quedado allí, odiándolos a todos y planeando la venganza. Los aplastará con su piano y bailará sobre su tumba.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cinco horas y 24 minutos]

Hola, hijos míos. Espero que hayáis entendido las referencias del cuento, todo muy obvio y un tanto absurdo. Retiro lo dicho al principio, soy un escritor mediocre. No sé ni para qué os hago pasar por el mal trago de borrar los mensajes, rojos de vergüenza ajena. O quizás los guardéis por pena hacía vuestro chocho padre. El que nunca estaba en casa por Navidad. Aún así voy a seguir o me volveré loco dando vueltas en la cama. Y escribirlos, de alguna manera, me hace recordaros.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cinco horas y 24 minutos]

Una costurera. El viento sopla con fuerza y agita la cabaña. Está tejiendo ropa de niño, con cuidado. Esperando a que vuelva su hombre de cazar. Quizás haya tenido suerte y consiga unas cuantas piezas para desollar y pagar la escuela de sus hijos. Deja de tejer y sale al porche. El viento huracanado hace volar su sombrero, que pasa por encima de la cabaña y se aleja dando tumbos por la llanura. Está decidido. En cuanto consiga meter a los niños en la escuela piensa dejarlo, huir. Escapará en la misma dirección que aquel sombrero y no mirará atrás. No sabe que el sombrero, al cabo de unos kilómetros, acabará cayendo por un acantilado. Al fondo del mismo hay una montaña de sombreros.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … cinco horas y 32 minutos]

Hola, hijos míos. Espero que vosotros no tengáis que cazar animales salvajes para ganaros la vida y pagar la universidad de vuestros hijos. Una perspectiva un tanto absurda, la verdad. Más probable es que tengáis que hacer un trabajo de oficina que vaya royendo vuestra alma poco a poco, sacrificando vuestra vida por vuestra esposa y vuestra descendencia hasta que no tenga sentido y lo ahoguéis en alcohol y apuestas en las carreras de caballos. Espero que no sea así, nada hay en los genes que determine que vaya a pasar eso. Espero. Mejor seguir pensando en cuentos.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … seis horas y 12 minutos]

Hola, hijos míos. Le estoy cogiendo gusto a esa entradilla. Me he quedado traspuesto encima del escritorio. Quizás fuera mejor que me echara un ratillo pero tengo que acabar esto, lo que quiera que sea y que significa. Por más que sea un tanto absurdo y parecido a las llamadas a de madrugada a tu ex mujer para rogarle que vuelva, aunque sea amargada y vengativa.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … seis horas y 13 minutos]

Hola, hijos míos. Solamente informaros de que la luz efectivamente está empezando a aparecer por entre las lamas de la persiana, así que la siguiente será mi última historia, por hoy. Quizás éstos sean mis cuentos para dormir que nunca os pude contar. Siempre he considerado los cuentos de cuna un tanto absurdos, al fin y al cabo, si son interesantes, uno no puede dormirse, y si no, del mismo modo, podría leerse la guía de teléfonos. Ya no quedan guías telefónicas, creo, pero entendéis el concepto. Pero sí, estos son mis cuentos de cuna, soporíferos y, creo que me repito, un tanto absurdos.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … seis horas y 13 minutos]

Un almuerzo. Dos señores muy engolados, vestidos con pajarita, uno de ellos con un salacot en la cabeza, estaban sentados a la mesa hablando, entre bocado y bocado, de los vaivenes de la bolsa y de que ya no había manera de contratar un servicio profesional para hacerse cargo de la casa y limpiar la plata. El salón estaba a oscuras y la cabeza de un rinoceronte disecado presidía el cuarto, sobre una chimenea apagada. De repente se escuchó un estruendo y un hombre gordo cayó por el hueco aterrizando sobre su culo. Los dos señores giraron la cabeza y observaron sin cambiar el rictus de su cara. Uno hizo sonar la campanilla.

Al día siguiente charlaron sobre el estado de las carreras de galgos, uno de ellos ataviado con un gorro rojo con una bola blanca en la punta. Sobre la chimenea, esta vez, una cabeza disecada de reno.

[Fin del mensaje]

 

[Mensaje de … Eduardo Basterretxea … recibido el … ocho de abril … a las … seis horas y 34 minutos]

Buenas noches hijos míos. Con esto concluyo mi regalo. Si os digo la verdad, tenía planeado lanzarme desde la ventana al despuntar el alba, pero no os preocupéis, al final he decidido quedarme. Por vosotros. Por volver a jugar al ajedrez juntos, ir a comer a vuestro italiano favorito, y quizás sentarnos alrededor de la mesa en Nochebuena mientras vuestra madre toca el piano, como en los viejos tiempos. Hasta mañana.

[Fin del mensaje]

 

NOTA: Escrito a partir de la premisa de un ejercicio del taller de escritura de Beijing. Sé que puede parecer un sucio apaño para reciclar microrrelatos, aunque siempre tendría la posibilidad de justificarlo aludiendo a la larga tradición empezada por el propio Quijote, pero no, está escrito de una sentada. Los primeros dos cuentos están escritos al azar, y los otros cuatro y el resto de la historia ajustados sobre la marcha para que formen una historia cohesionada. Probablemente haya incongruencias, errores y  frases un tanto absurdas (juas), así que cualquier corrección es bienvenida.

El ejercicio consistía en crear una historia usando alguno de los siguientes recursos:

Mise en abyme

Narración enmarcada

Metalepsis

Y utilizando un set de palabras de entre los 6 (compuesto cada uno de 3 palabras) que se proponían. Yo utilicé los 6 sets para crear los 6 micro cuentos de este relato. Si alguien tiene ganas de perder el tiempo y hacerme feliz puede intentar adivinar que palabras eran.





Concursos

23 05 2016

La entrada debería llamarse Concursos (puntos suspensivos) o Ay mis Concursos, la verdad. Charlaba este Sábado con nuestro profesor del taller de escritura sobre el nivel de algunos de estos concursos y de como Bolaño estuvo durante una temporada viviendo de ellos, escribiendo relatos que se adaptaran bien a lo que suelen pedir (correctamente estructurados, definidos, con un final potente…creo que la palabra clave aquí es correctos). Yo sigo mandando muy de vez en cuando mis majaderías a ver si suena la flauta, y el hecho de saber que normalmente se premia solamente lo que está dentro de unos estándares me sirve para justificar la derrota. Siempre está bien echar la culpa al empedrado. En cualquier caso, valga este ejemplo:

http://microrrelatosfcjc.com/

La parte positiva, que constato que se puede quedar en un tercer puesto incluso con erratas. 

Lo que mandó servidor:

La importancia de llamarse Ernesto

Mi padre se llama como yo, y yo me llamo como mi hijo

Mi nieto debería haberse llamado como su bisabuelo, pero le han puesto el nombre de una estrella de la televisión. No sé en que trabajará, si es que todavía queda algo parecido a un trabajo en el futuro, pero seguro que no será en el oficio que todos los hombres de la familia han desempeñado hasta ahora. Desaparecerá, y cuando nos evaporemos de la faz de la tierra ni siquiera él recordará como se juntaban las piezas. Ni qué eran las ballenas azules. O los glaciares. O el tacto de la nieve recién caída. El papel. Para que sirven las manos. El amor. Lo saco de la cuna, lo pongo frente a mi, me mira fijamente aunque no ve. Le doy un beso en la frente y sonrío. Escaparemos al monte. Le ensañaré a pescar, a recoger bayas, a cazar. Hombres. Seremos la verdadera reserva espiritual de occidente. Cuando todo el mundo esté conectado al ordenador central y vengan a por nosotros los aniquilaremos a todos, a la antigua. Pasándolos a cuchillo.  ¿Verdad, bonito? Los vamos a degollar a todos. Espera, necesitaremos una mujer, o unas cuantas para repoblar la tierra. Creo que hay una niña en el quinto, voy a por la ganzúa y vuelvo a por ti. De camino al trastero me tropiezo con el cable del ordenador y me golpeo la cabeza con una esquina. En el suelo, no puedo moverme. Solo veo el techo. Me llevan al hospital, me conectan a una máquina, transfieren mi conciencia a una red neuronal. Accedo a los códigos de los misiles. Ahora os vais a enterar como se llamaba mi padre.





Microrrelatos 2016 (2)

16 03 2016

Título: La pluma y la espada

Serán solo cien palabras, dijo el duendecillo. Ese es el precio de esta piedra mágica. Ni una más ni una menos. Exactamente cien palabras, todas diferentes, aunque con sentido. Recítalas y será tuya. Mas si te confundes, abriré las compuertas del abismo sin fondo. Tienes cinco segundos para pensarlo. Percival envainó la espada, alzó la cabeza y sin pensar un momento dijo “Acepto, acepto”. Mientras caía se encontró con los cuerpos descendientes de todos los caballeros que habían perdido antes que él. Ninguno había leído un libro en su vida.

Título: Típica nota en la nevera

Serán solo cien palabras. No necesito más para contarte que te dejo. Te dejo. Por no entenderme, por nunca hacer caso a mis necesidades. Por no leer mis libros, por no interesarte nunca en lo que hago. Me llevo la televisión y la playstation. He hecho una hoguera con tu ropa en el patio y los vecinos están que trinan. Si te fijas, verás que he dejado tu cama embadurnada de mermelada de mora. También hay un regalito de mis intestinos en la almohada. He tirado tus vinilos por la ventana, junto con tu apestoso gato. Es la última vez que comparto piso de alquiler.

Título: Alpargata significa Recuerdo de Constantinopla

Serán solo cien palabras. Sí sí, me refiero a cien monedas. Palabras es la moneda nacional. Sé que es un poco confuso, pero el panadero lo ha querido así. Panadero es el título del jefe de gobierno. Todavía quiere comprar esta alpargata? Necesito que me enseñe su rabo. Oiga, no se sulfure, así llamamos aquí al documento de identidad. Gracias. Bonita foto, no hace justicia a lo feo que es usted, hijo puta. No me atice, que culpa tengo yo de que no hable mi idioma!

Título: No pude hacer nada (mentira)

Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”, pero no amanece, la oscuridad lo envuelve todo y el silencio va limando mi cerebro. No puedo dejar de pensar en ella, en los paseos por los Hutones con las bicis oxidadas y los niños jugando alrededor, las carcajadas alrededor del té y el tacto de sus delicadas manos. Las tardes de invierno en casa, ajenos a la niebla tóxica, aprendiendo palabras nuevas del diccionario al azar. Rememorando el momento en que explotó la puerta, se la llevaron a rastras, entre gritos, y yo no hice nada. No amanece, no amanecerá jamás, es la negrura de la culpa.

 





Escenas de Beijing

12 03 2016

Era un hombre con un bolso. No un bolso de hombre, un accesorio masculino aceptado por la sociedad, coherente con los pantalones y la chaqueta de cuero. No. Era un hombre con un bolso enorme, un capazo, naranja con ribetes azules, lleno de pequeños bolsillos, los hijos del bolso. Era un hombre con un bolso horrible, o al menos así lo hubiese descrito la gente a su alrededor en el Starbucks en el que estaba pidiendo un descafeinado con canela aquella mañana. Pero él, Andrei, jamás se había parado a pensar en ello. Si alguien le hubiese preguntado qué le definía, él, Andrei, hubiese respondido inmediatamente con una cuasi-infinita lista de características, ordenada, precisa, detallada.

Era algo en lo que pensaba frecuentemente.

Pero aquel bolso no era parte de la lista, ni siquiera en el puesto ciento siete, justo después de su amor por las mandarinas sin pepitas y el papel higiénico de cinco capas. Simplemente, el bolso era útil y le permitía ordenar todo lo que podía ir necesitando durante el día.

Pagó el café y buscó un sitio libre. El Starbucks estaba reluciente, recién estrenado, pero lleno hasta los topes. Únicamente encontró un taburete libre en la barra junto a la ventana, la zona para espiar y reírse de la gente fea del exterior. Odiaba los taburetes. Estaba en el puesto ochenta y ocho de su lista. Se acomodó como pudo entre un señor muy gordo con codos desproporcionados y una chica con al menos 3 bolsas rebosantes del UNIQLO. Sacó el ordenador de su bolso, aquel bolso horrible, del cual la chica compradora compulsiva no podía apartar la vista, y los apoyó sobre la barra. Dejó el bolso en el suelo. El barista, mientras preparaba cafés con leche cada 18 (a 23) segundos, tampoco era capaz de no mirar el bolso, pese a que toda la vida le habían estado educando para no observar fijamente a la gente (aunque nadie le había dicho nada sobre piezas de marroquinería). El hombre a la izquierda de Andrei empezó a sudar. Entre sofocos, se preguntaba qué clase de persona podía ser tan insegura para necesitar llamar la atención con semejante esperpento anaranjado colgado del brazo.

El barista sirvió un café latte a temperatura de lava recién salida del averno a una mujer diminuta. La mujer, probablemente anacoreta recién salida de un retiro espiritual de décadas, o quizás deprimida y queriendo acabar con su vida en la más absoluta agonía, o simplemente despistada, pegó un trago largo. Inmediatamente  profirió un grito y expulsó como un aspersor el líquido marronuzco, a la vez que lanzaba el vaso de café por los aires al ir agarrase la garganta. Todo el Starbucks excepto él, Andrei, siguió con la mirada el vaso, describiendo una parábola perfecta a cámara lenta, girando sobre sí mismo en dos ejes, en una trayectoria que nadie dudaba donde iba a terminar, porque el bolso tenía una fuerza gravitatoria que atraía miradas, vasos, héroes griegos y planetas. El impacto dejó a la concurrencia sin respiración. La lava incandescente se esparció por toda la superficie naranja (¿era cuero, era plástico? Solamente los Dioses los sabían). Todo el mundo volvió la vista hacia él, Andrei, esperando una reacción airada, un ataque de histeria, unos gritos ridículos, o quizás que sacara una escopeta recortada del todopoderoso pero empapado bolso y acabara con la vida de aquella diminuta, torpe, y (probablemente) suicida mujer. Él, Andrei, profesor de física nuclear, miró con parsimonia el bolso, lo sacudió cuidadosamente y sonrió a la señora.

– ¿Le compro otro café? – Le preguntó

Esa amabilidad era el puesto uno de su lista.